El francotirador (American Sniper, 2014) de Clint Eastwood.

"La primera vez, ni siquiera estás seguro de que puedas hacerlo (matar). Pero yo no estaba allí mirando a esas personas como personas. No me preguntaba si tenían familia. Sólo estaba tratando de mantener a mi gente a salvo”.
(Chris Kyle)

Biopic sobre Chris Kyle (Bradley Cooper), soldado estadounidense perteneciente a los SEAL (cuerpos de operaciones especiales), conocido por ser el francotirador más letal de la historia de su país.


Decepcionante drama bélico que supone uno de los puntos más bajos en la carrera como director de Clint Eastwood. El autor de Sin perdón (Unforgiven, 1992), responsable de algunos de los mejores trabajos cinematográficos realizados en Hollywood durante las últimas décadas, debería replantearse muy seriamente su criterio a la hora seleccionar proyectos, en lugar de hacerlo, tal y como parece, de manera impulsiva suponemos que “arrastrado” por las prisas que conlleva el hecho de haber superado ya los ochenta años. La película, de paupérrimo guión, adapta la autobiografía escrita por el propio Chris Kyle.


El primer cuarto de metraje resulta interesante. La cinta arranca con Kyle, fusil McMillan Tac-50 en mano, encaramado a la azotea de un edificio semiderruido de la ciudad iraquí de Faluya. El francotirador escolta a un convoy estadounidense que recorre las calles. De repente, una mujer y su hijo, de unos doce años de edad, se colocan en el campo de visión de su punto de mira. Kyle permanece atento por si es necesario apretar el gatillo. La mujer saca un proyectil que esconde en el interior de su abaya y se lo entrega al niño, que corre al encuentro del convoy. Kyle tiene unos segundos para decidir si acaba con la vida del pequeño... El sonido de un disparo nos traslada hasta su infancia, donde Kyle, acompañado de su padre, un rudo tejano para quien en el mundo sólo existen tres tipos de personas (“las ovejas, los lobos y los perros pastores”), da caza a un cérvido mostrando tener un don para el disparo. Kyle crece con la aspiración de convertirse en un cowboy de rodeo, pero su vida da un giro al ver por televisión la noticia de que la embajada norteamericana en Nairobi, Kenia, ha sufrido un ataque terrorista. Es entonces cuando se alista en el ejército para ser un “perro pastor” que defienda a las “ovejas” de su patria frente a los “lobos” de Al-Qaeda. Su destino ha quedado definido. Como decimos, este primer cuarto del filme, pese a su carácter esquemático, constituye un buen ejemplo de economización narrativa. Kyle conoce a Taya (Sienna Miller), una chica guapa con la que se casa antes de partir hacia Iraq tras los atentados del 11 de septiembre. El flashback termina. Volvemos a la azotea del edificio de Faluya en la que la película comenzó. ¿Disparará Kyle al niño?


Pasada esa media hora inicial (como decimos, la mejor), la obra alterna las periódicas acciones del protagonista en Iraq, país al que se desplaza hasta en cuatro ocasiones, con las escenas de su vida en pareja y familiar. Las primeras están bien resueltas, dotadas de suspense y tensión, y filmadas con afán hiperrealista, aunque lejos de la veracidad bélica conseguida por Kathryn Bigelow en sus últimos trabajos. Las segundas, en cambio, son un torpe compendio de tópicos sobre cómo la vida militar afecta al protagonista en sus relaciones familiares. Como resultado obtenemos un conjunto desigual, reiterativo, impersonal, plano en matices y discurso, y con unos personajes sin dimensión, vacíos de cualquier tipo de contenido. Para colmo, la película, de excesiva duración para lo que cuenta, no parece que vaya a terminar nunca.

Lo dicho. Rotunda decepción.


Soundtracks: Interstellar (2014) de Hans Zimmer.

Por Antonio Miranda .


Entre paisajes gélidos y lugares yermos, la mente humana deambula nerviosa alrededor del concepto de la Idea como algo abstracto, desconocido y superior que, incluso, podría llegar a ser simplemente un amasijo de problemas y turbaciones que terminaran por plantearse lo ignorado y los límites del pensamiento. En este campo de la concepción de ‘’Interstellar’’ aparece con fuerza, y casi como único linde que toca, la partitura de Hans Zimmer. Resulta conmovedora, dramática y al mismo tiempo diría que hasta fríamente estudiada. Su orientación es estrictamente descriptiva; Zimmer y Nolan declinan contar prácticamente nada del filme y sí, paralelamente a la acción y argumento, dibujar, como exquisitos pintores, los perfiles sinuosos y trascendentes de la filosofía de la existencia.


El compositor alemán opta por el lado sublime de la música y elige el órgano como símbolo absoluto de lo que pretende dar a conocer. He leído a este respecto y en muchos sitios de crítica de cine la unión y el ‘’homenaje’’ que Zimmer aplica en su trabajo para con la anterior ‘’2001: una odisea en el espacio’’. Nada más lejos. Bien conocido por los amantes de la cultura musical resulta el empleo de este instrumento en situaciones y referencias religiosas que, antiguamente, resultaban las bases de cualquier pensamiento más allá de la materia y que hoy en día (e igualmente en la película que tratamos, y gracias al cuestionamiento de la existencia de Dios) se han ido ampliando a cualquier tipo de pensamiento o filosofía. De esto se trata y el órgano lo refleja. Es más, Zimmer aplica su uso a lo largo del extenso metraje en situaciones clave, bien repartidas y equilibradas para dotar a toda la historia y dar cuenta al espectador (sin que decaiga esta cuestión trascendental citada) de una globalidad metafísica continua: en la escena inicial ya podemos escucharlo; el paso secuencial de los primeros sucesos terrenales al ámbito espacial también es descrito mediante la presencia protagonista del instrumento. La niña, transcurridos los años, envía el primer mensaje a su padre y por último, cargada de una fuerte simbología vital, la escena del acoplamiento del módulo de los dos astronautas con la nave Endurance. Secuencias bien repartidas y magistralmente protagonizadas por el sonido divino del órgano (que también asoma en muchos otros momentos, menos cruciales y complementando las bases melódicas).


Los innumerables y bien merecidos seguidores de este genial artista moderno percibirán en el trabajo para ‘’Interstellar’’ ciertos matices que rememoran estructuras de varios scores anteriores.  Lo percibimos en los sutiles y estupendos fragmentos que apoyan los diálogos o los acontecimientos enlazados. Zimmer nunca sobrepasa el límite de la elegancia. Más allá de estos pequeños parecidos, el artista consigue crear uno de los trabajos más personales y fuertes de sus últimos años. Afortunadamente, no ha acudido a ‘’cancerígenas’’ colaboraciones con otros artistas y el esfuerzo intelectual que la película suponía lo ha conseguido trasladar él solo a unas notas, como digo, de lo mejor que ha hecho en mucho tiempo.  Uso limitado y sutil de sonidos electrónicos y un empleo de las cuerdas orientado hacia lo clásico y que en momentos ejercen un poder luminoso que, junto al órgano, completan la idea del Más Allá que plantea la película, cualquiera que sea su orientación.  Y no lo olvidemos, el uso del minimalismo como nunca presente en la obra del compositor alemán. Una gran y agradable sorpresa que demuestra su versatilidad.


Concluyendo, nos encontramos ante una de las composiciones más serias y, sin duda con el paso del tiempo, que más se valorarán del maestro que revolucionó el cine de acción. Lejos de su conocido y repetido estilo, disfrutaremos de una filosofía musical que deleitará el oído de cualquier amante de la buena música y dará a conocer cómo se puede crear una maravillosa partitura para cine sin narrar nada de lo que ocurre en pantalla. La evocación mental de los análisis y conclusiones dependen mucho de ella. La perturbada cuantización del espacio existencial que provoca el escrutinio cuidadoso de la trama, apoyada en los instantes delicados y místicos de la música, hará que veamos esta película de forma muy distinta a lo predecible. Sin ninguna duda, la partitura para ‘’Interstellar’’ ha supuesto la (citada) cuantización de la música, alejada en esta obra de su contraria: la humanización artística; ‘’Interstellar’’ deriva en aquello que se aleja de lo terrenal y se inyecta directamente en la religión, las creencias o la Idea (de Dios tal vez). Disfrútala y piensa.


Relatos salvajes (2014) de Damián Szifrón.

“La civilización es, entre otras cosas, el proceso por el que las primitivas manadas se transforman en una analogía, tosca y mecánica, de las comunidades orgánicas de los insectos sociales”.
(Aldous Huxley)

Se narran seis episodios independientes cuyo nexo común es la reacción irracional y violenta de determinados individuos ante situaciones más o menos extremas.


Sobrevalorado filme episódico que mezcla con desigual acierto humor negro y situaciones surrealistas en un contexto de desigualdad económica, corrupción política y moral e injusticia social. La cinta está interpretada por un reparto coral formado por grandes actores del cine argentino actual como Ricardo Darín, Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia, Julieta Zylberberg, Érica Rivas u Oscar Martínez, entre otros. Al parecer, el realizador bonaerense Damián Szifrón, asimismo autor del guión, se inspiró en la serie televisiva de Steven Spielberg Cuentos asombrosos (Amazing Stories).


Como apuntábamos en la sinopsis, Relatos salvajes es una película estructurada en seis episodios independientes: Pasternak, Las ratas, El más fuerte, Bombita, La propuesta y Hasta que la muerte nos separe. En todos ellos, sus protagonistas, de diferente rango y condición social, sometidos a situaciones de estrés y presión máximas, terminan dejándose arrastrar por el rencor, la rabia, la frustración, la ira o la venganza, desencadenando acciones violentas que desembocan en tragedia en la mayoría de los casos. Sus actos no se diferencian mucho del comportamiento de los animales salvajes que aparecen en los títulos de crédito iniciales, de ahí el nombre conjunto. Pero más allá de esa apelación a los instintos más bajos y primarios de la naturaleza humana, la obra carece de verdadera cohesión narrativa. Del mismo modo que en literatura suele ser más fácil escribir relatos cortos que una novela (que me perdonen maestros del género como Chéjov, Maupassant, Poe o Turguénev), Damián Szifrón ha optado por la vía sencilla ante la palpable falta de ideas. El resultado es una sucesión de entretenidas viñetas de nula profundidad que no tiene más valor que el del disfrute inmediato por parte del público menos exigente.


Dentro de estos Relatos salvajes destaco al tercero, El más fuerte, quizá el más negro, crítico, disparatado, escatológico y violento de todos los que conforman esta curiosa, aunque como digo, muy sobrevalorada, “antología” cinematográfica.


Las diez mejores películas del siglo XXI (2000-2014).

"Las obras de arte se dividen en dos categorías: las que me gustan y las que no me gustan. No conozco ningún otro criterio".
(Antón Chéjov)


1. El caballo de Turín (A torinói ló, 2011), de Béla Tarr.



2. El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011), de Terrence Malick.



3. Armonías de Werckmeister (Werckmeister harmóniák, 2000), de Béla Tarr.



4. Yi yi (ídem, 2000), de Edward Yang.



5. Die andere Heimat-Chronik einer Sehnsucht (2013), de Edgar Reitz.



6. Mulholland Drive (Mulholland Dr. 2001), de David Lynch.



7. Amor (Amour, 2012), de Michael Haneke.



8. La gran belleza (La grande bellezza, 2013), de Paolo Sorrentino.



9. Another Year (ídem, 2010), de Mike Leigh.


10. El nuevo mundo (The New World, 2005), de Terrence Malick.

Black Coal (Bai ri yan huo, 2014) de Diao Yinan.

“Los recuerdos, buenos o malos, no desaparecen”.

El agente de policía Zhang Zili (Fan Liao), abandona el cuerpo tras la muerte de dos de sus compañeros en el transcurso de una investigación de asesinato no resuelta. Cinco años más tarde, degenerado ahora en guardia de seguridad alcohólico, Zhang retoma la pista del caso con la intención de resolverlo.


Extraño y gélido thriller negro que le valió al realizador chino Diao Yinan el Oso de Oro a la Mejor película en el Festival de Berlín de 2014, certamen en el que también fue premiado con el Oso de Plata a la Mejor interpretación masculina Fan Liao, su actor protagonista. Black Coal constituye un ejercicio cinematográfico irregular, en el que, como suele ocurrir con otras muchas cintas asiáticas actuales, su hipnótico tratamiento visual contrasta con su inconsistencia narrativa y su vacuidad temática.


La acción arranca en el año 1999, fecha en la que aparecen diversos restos humanos repartidos por varias fábricas de carbón ubicadas en diferentes provincias de China. Zhang Zili, que acaba de ser abandonado por su esposa, es uno de los agentes encargados de investigar el caso. Tras un tiroteo contra unos sospechosos en el interior de una peluquería, dos de sus compañeros mueren. Una brillante elipsis a través de un túnel nos conduce hasta el año 2004. Ahora Zhang es un borracho que se encarga de la seguridad de una pequeña empresa. Los acontecimientos sucedidos un lustro atrás parecen haberlo hundido en la depresión y el alcoholismo. Sin embargo, cuando se entera de que la policía investiga una serie de nuevos asesinatos vinculados a la silenciosa dependienta de una lavandería (Lun Mei Gwei), Zhang, quizá atraído por la mujer, comienza a indagar por su cuenta. Grosso modo, esta es la interesante trama del filme que nos ocupa, aunque el director se empeña una y otra vez en hacerla confusa a lo largo de su desarrollo. Existen lagunas narrativas, contradicciones y falta de claridad en la exposición de los hechos, lo que termina por lastrar a un conjunto pausado que destaca por su  atrayente envoltorio formal (magnífica fotografía de Dong Jingsong).


Lo mejor de Bai ri yan huo, es, sin duda alguna, la plasmación gélida y desolada de la China urbana y capitalista. Impresionante uso de la iluminación a base de luces de neón en las escenas nocturnas. Una lástima lo de sus deficiencias a nivel narrativo, podría haber sido un título estupendo.


Foxcatcher (ídem, 2014) de Bennett Miller.

“Dirijo a hombres y le doy a América esperanza”.

El campeón mundial y olímpico de lucha libre Mark Schultz (Channing Tatum), a petición del filántropo y mecenas multimillonario John du Pont (Steve Carell), comienza a entrenarse en el centro de alto rendimiento de la granja Foxcatcher, propiedad de la familia du Pont, de cara a preparar su participación en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988.


Sombrío drama deportivo, basado en hechos reales, que gravita en torno la extraña relación que se estableció entre el excéntrico John du Pont y los luchadores y hermanos Schultz. Dicha relación, terminó de manera trágica con el asesinato de “Dave” Schultz (Mark Ruffalo), el mayor de los hermanos, a manos del alienado du Pont el 26 de enero de 1996. El realizador estadounidense Bennett Miller (Capote), consiguió gracias a esta película el premio al Mejor director en el Festival de Cannes de 2014.


La mayor virtud de Foxcatcher, quizá la única, radica en su atmósfera turbia y enrarecida, al margen de la soberbia interpretación de un Channing Tatum que sorprende. Resulta paradójico que no haya sido él, y sí en cambio su compañero de reparto Steve Carell, el que haya recibido buena parte de los elogios de la crítica especializada, pese a su (o quizá por ello) grotesca y poco creíble encarnación del estrafalario millonario y mecenas deportivo John du Pont. Otra muestra más del amor de Hollywood hacia las transformaciones físicas por encima de la contención interpretativa. Entre los defectos del filme, cabe resaltar su exceso de psicologismo (tanto du Pont como el pequeño de los Schultz padecen un evidente complejo de inferioridad en relación con su madre y su hermano respectivamente) en detrimento de la dimensión de unos personajes bastante planos. Plana en su desarrollo también es la narración, ajena al ritmo, a las emociones y a la propia trama; fría y ensimismada en su afán psicologista. No importa que esté bien filmada y montada. Como resultado se obtiene una cinta plomiza y pretenciosa que parece no terminar nunca. Le sobra al menos media hora de metraje. Además, ¿a quién le interesa esta historia? (No a mí, desde luego).


Conclusión_ sólo apta para fans de las contorsiones masculinas y estudiantes de psicología. Bennett Miller no termina de despegar.


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